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El Tercer Viaje de Colón


Cristóbal Colón zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498 y estaba compuesto por seis navíos, tripulados por 226 hombres. Al mismo tiempo, una serie de expediciones privadas partirían ese mismo año rumbo a las Indias, tras ser autorizadas por los Reyes Católicos, quienes habían otorgado capitulaciones reales a algunos navegantes. De esa manera, se desconocieron los privilegios concedidos originalmente a Colón y se iniciaron los denominados viajes menores, comandados por personajes como Vicente Yáñez Pinzón, Alonso de Ojeda, Américo Vespucio, Juan de la Cosa y Pero Alonso Niño.

Una vez que arribó a las islas Canarias, la flota de Colón se dividió. Tres barcos enfilaron directamente hacia La Española, mientras los restantes tres, al mando del Almirante, se dirigieron al sudoeste hasta las islas de Cabo Verde. El propósito de este nuevo rumbo era cruzar la línea del Ecuador y alcanzar la tierra firme (actual costa venezolana) que se había avistado durante las exploraciones del viaje anterior. Avanzar por la ruta escogida fue muy dificultoso, debido a la falta de vientos característica de esta zona tropical. Recién el 31 de julio de 1498, la isla de Trinidad apareció en el horizonte. La costa de Venezuela estaba cerca.

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Llegado al litoral venezolano, Colón atravesó el golfo de Paria y se impresionó por la suavidad del clima y la gran corriente de agua dulce que indicaba la presencia del imponente río Orinoco. Pensó que estaba cerca del paraíso terrenal, lo cual plasmó entusiasmado en su relación de este tercer viaje. Pero no había llegado al paraíso, sino que al continente americano.

"Yo creo que éste es un gran continente, desconocido hasta hoy, pues de él desemboca una gran cantidad de agua dulce, y por otra parte Estras dice en su libro que sobre la tierra hay seis partes de tierra firme por una de agua". Espíritu medieval y moderno, evidentemente, pues Colón junta las Escrituras con la observación. Pero él no saca de eso la conclusión lógica de que no está en las Indias asiáticas, ni cerca del Cipango (Japón) ni del Cathay (China). Por el contrario, piensa que aquel continente nuevo está cerquísima de la China, y que lo que ahora hay que encontrar es el paso, muy próximo, que conduzca a las islas de las especias, que no pueden estar lejos. Como se ve, la importancia real de su descubrimiento permanecerá siempre oculta para él, que si bien es un hombre moderno por su audacia en las empresas y por la precisión en las observaciones, su espíritu no será jamás bastante libre para arrancarle de la rutina medieval sacada de sus lecturas.

Después de recorrer el golfo de Paria, Colón tomó rumbo a La Española. Allí las cosas no marchaban bien para su familia y sus intereses. Un grupo de pobladores, encabezado por el Alcalde Mayor Francisco Roldán, se había rebelado contra la autoridad de Bartolomé Colón y se había replegado al interior de la isla. Ante la gravedad de los hechos, el Almirante recién llegado resolvió negociar con los alzados, cediendo a sus pretensiones de contar con indígenas para su servicio personal. Por otra parte, el poco oro encontrado hasta entonces no satisfacía en nada las expectativas creadas por Colón.

La complicada situación en la isla no tardó en llegar a oídos de los reyes. Abundaban las quejas contra la forma en que los Colón manejaban los asuntos administrativos y en vez de aportar dinero a las arcas reales, la isla sólo demandaba gastos. En virtud de esto, se envió al Juez Pesquisador Francisco de Bobadilla, quien arribó a Santo Domingo, el nuevo enclave español en esta isla, el 23 de agosto de 1500. El funcionario procedió a detener a Cristóbal, Bartolomé y Diego Colón y los embarcó encadenados a España en el mes de octubre. La estrella del Almirante comenzaba a apagarse.

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